MEDIOCRIDAD
La mediocridad es uno de los problemas humanos que carcome cada día a nuestra sociedad. Esta es parte de nuestra vida diaria y tal parece que nos hemos acostumbrado tanto a ella, que la vemos como parte esencial de nuestras acciones diarias. El término mismo de “mediocridad”, invita a cierta confusión por referirse a una posición “media”, o a: similar distancia entre los extremos; pero realmente de lo que se trata cuando hablamos de “mediocridad”, tal como lo entendemos en nuestro lenguaje común, se trata es de un juicio peyorativo hacia una posición o situación que no ha llegado a la altura que debería haber alcanzado, dados los recursos y circunstancias. En mis treinta años de experiencia laboral y en la observación permanente de la mayoría de las personas que trabajaban a mí alrededor en servicios al público, un área que por su importancia me permitió poder definir de una manera más directa y objetiva lo que representa la “mediocridad”, es todo aquello que responde a un esfuerzo menor del que la persona está capacitada para ejercer. “Ser lo menos bueno, pudiendo ser mejor”, resultado frecuente de la indiferencia, la pereza, voluntad débil, ausencia de una sana ambición de crecimiento, objetivos y metas limitadas, cuando habría potencial para las más altas; es cumplir con lo escuetamente obligatorio, olvidando dar un paso más allá; es la rutinaria satisfacción con lo limitado, el desánimo en el camino de la excelencia, la pobreza y la cortedad de miras. Mediocre, es quien pudo ir más lejos pero, se contentó con permanecer en el límite fácil de lo obligatorio. No es el fracaso total, pero es en cierto modo peor que éste, porque mantiene al ser humano en la cuerda floja, presa fácil de todas las debilidades. Con cuánta razón y autoridad nos decía el gran pensador Colombiano Estanislao Zuleta en su ensayo “Elogio de la dificultad”: “Hay que poner un gran signo de interrogación sobre el valor de lo fácil; no solamente sobre sus consecuencias, sino sobre la cosa misma, sobre la predilección por todo aquello que no exige de nosotros ninguna superación, ni nos pone en cuestión, ni nos obliga a desplegar posibilidades”. Hoy más que nunca debemos estar convencidos que los males que aquejan la humanidad son en gran parte producto de la mediocridad. Vivimos en una sociedad en crisis de valores, donde el dinero fácil ha reemplazado la idea del trabajo creador, la prebenda personal a las capacidades. Con cuanta desgraciada frecuencia sustituimos la exigencia por la excusa, la esencia por la circunstancia, los resultados por la charlatanería y la verdad por el engaño y la mentira.
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